En el poema que da título al libro, ya nos dice:
Está gris el silencio,
porque el silencio toca su piano
en los leves guijarros de la sombra
Y es ese silencio que tiene color lo que ya nos da la temperatura de su poesía, donde las palabras evocan sensaciones, aromas, visiones, todo un universo que la poeta va dejando. Y el tiempo, que está presente, es una época de alegría, donde las cosas se viven por primera vez; hay un repentino sabor de mar, de lo auténtico, aún no profanado por la vida adulta. Así nos dice en “Paisaje”:
El mar estaba ahí
y estaba allí la vida desnuda en los veranos.
También estaba el mundo y sus palabras
de agosto siempre abierto. Todo era a la luz.
Y es ese mundo esplendoroso, esa llama que enciende la infancia y que Dolors, gran poeta, va trazando. Su conocimiento del universo, su poesía que evoca tantos mundos, nos asombra, cada verso es eco de un sueño de la vida, de un renacer que nos despierta de nuestro letargo, es anunciación de un tiempo nuevo, recobrado, tras la ceniza en que todos caemos.
Y el lenguaje, tan importante en su obra, porque las palabras están repletas de significados, que luego caen en el laberinto del tiempo que horada todo a su paso. En el poema “Lo que nunca dijiste” define con una nitidez absoluta el lenguaje:
Tienen perfil de sombras las palabras.
Sonidos son sus voces, aunque no digan eso
de lo que tú no nombras ni su sed ni su espina
ni callas su dolor donde se esconden yertas.
Preciosa mirada de mirar el mundo, esos sonidos de las palabras, que irán recobrando su luz, palabras que nos llenan, que nos deshabitan, palabras que son lamento y dicha, luz y sombra. En el poema “Viaje” nos dice:
Pero tú eres el barco.
Tú estás en esa casa que te lleva.
Tú vives la corriente que se acaba
y no tienes tiempo de saberlo.
La muerte, en tu ventana, se ha vestido tu nombre…
Y dirá también al final del poema: “sientes los años borrándose / y el paisaje se aleja”.
Sin duda alguna, es el mundo, el tiempo que pasa, nuestra certidumbre de ser frágiles, encaminados a la muerte futura, pero cada vez se hace más nítida la infancia, la inocencia perdida, lo que hemos sido, ese mar que contemplamos por primera vez y que nos alumbró en la lejanía.
Hay en la poesía de Dolors Alberola mucho afán de recobrar el tiempo perdido, de iluminar el presente, de hacer llama de la ceniza de la vida.
Y una idea presente que palpita en el libro, ese diálogo entre la muerte y la vida, porque en el libro de Dolors late ese mundo que traspasa fronteras, que cimenta un contacto entre seres idos y seres que permanecen e, incluso, algunos más muertos que vivos, y aquellos, que ya viven en sombras, más vivos que estos. Por ello, concluyo con el poema “Monólogo ciego”, de una belleza asombrosa, de una certidumbre que nos asombra. Pocas poetas han visto tanto y tan hondo como Dolors:
Yo fui muerta y, muriendo, aprendí de las voces
todos los alfabetos para matar la muerte.
Pero ella, la misma que dictaba su llanto
creador del estigma que llevo entre los ojos
me fue dejando ciega para el mundo visible.
Y es, precisamente, el tema del libro, el tiempo, la voz que está más allá de la vida, la conexión con la muerte, con los seres idos; hay en Dolors una poeta que ve más allá y que se acerca a lo desconocido. Su poesía nos alumbra y nos hace mirar donde no vemos, para hacer más claro un paisaje de sombras donde anidan los recuerdos, nuestros seres queridos y el tiempo. Un libro asombroso de una poeta que nos abre el mundo para que veamos de otra manera y sepamos qué hay detrás de lo que somos, que se esconde en lo que tocamos, qué sentido tiene el vivir. Todo un logro de una gran exponente de nuestra poesía contemporánea.